Director/Directores: Todd Field
Año de Lanzamiento: 2006
Género: Drama
Si algo me gusta y me apasiona del cine es su capacidad para arreglarme un mal día, para hacerme llorar incluso cuando lo necesito pero no soy capaz, para ponerme todos los sentidos a flor de piel y, sobre todo, para sorprenderme. Esto último engloba todo lo demás, y creo que uno de los mejores halagos que se le puede hacer a una película es ser capaz de sorprenderte. Little Children lo consigue de principio a fin. Estamos ante una película que, a simple vista, parece pequeña. No hizo demasiado ruido en su momento o al menos eso creo y en lo técnico podría dar la impresión de ser una producción modesta. Pero basta detenerse unos minutos para comprobar que es justo lo contrario. Todd Field firma una dirección impecable, llena de decisiones sutiles pero muy acertadas. Tiene momentos de puesta en escena realmente brillantes, donde cada encuadre y cada desenfoque parece tener un significado y una intención. La historia se desarrolla en un pequeño pueblo en apariencia tranquilo, donde varias vidas se entrecruzan, pero no de la manera convencional que podríamos esperar. Aquí no se trata de que todos los caminos confluyan en un gran suceso común, sino de cómo cada elección íntima levanta capas de hipocresía, miedo, dolor... El peso de la trama recae sobre dos personajes: Sara, interpretada por la extraordinaria Kate Winslet, y Brad, encarnado por Patrick Wilson, una sorpresa absoluta para mí. No lo tenía especialmente en el radar más allá de títulos como Expediente Warren, Watchmen o Aquaman, pero aquí construye un personaje muy trabajado que funciona de maravilla y tiene una química espléndida con Winslet. La forma en que se retrata su conexión está llena de matices. A través de ellos, la película compone un retrato coral en el que todas las historias están conectadas con inteligencia. No solo por la trama, sino porque comparten un mismo tema: la hipocresía social, la represión y la necesidad de escapar de una vida que no te llena. Detrás de las fachadas perfectas y las sonrisas amables, Little Children muestra un entorno podrido por la envidia, la insatisfacción y el miedo a ser diferente y salirte del molde. Todo el mundo opina, todos juzgan, pero pocos se atreven a mirar hacia dentro o hacia delante. Esto se refleja con especial fuerza en Ronnie (Jackie Earle Haley), probablemente el personaje más trágico y complejo del relato. Desde el principio se nos presenta su conflicto, el es un hombre con un grave problema psicológico, marcado por un pasado del que no puede escapar. Es el paria del vecindario, el blanco de miradas, acoso, agresiones y burlas. Lo fascinante es que la película también nos muestra su humanidad y su lado vulnerable, mientras expone cómo la comunidad es incapaz de ayudar. Se le juzga, se le ataca y se le persigue sin pararse a pensar en el problema real que puede tener. Todo esto se refleja en una secuencia que me parece una de las más potentes que he visto en mucho tiempo, por su fuerza visual y por su significado, donde la multitud levanta una especie de cárcel pública a plena luz del día. Bajo todas las miradas, se ejecuta un juicio colectivo. Es durísimo ver cómo quienes se consideran “los buenos”, sin un pasado delictivo ni errores “imperdonables”, pueden ser los primeros en destruir por completo la vida de alguien. En lo técnico destaco en un par de momentos el uso del desenfoque, ya que es ingenioso y sirve para mostrar la confusión, lo que no se quiere ver, la ceguera emocional y el shock ante la realidad. Otro elemento fundamental de la película es la figura del narrador, que aporta un tono muy literario, como si estuviéramos leyendo una novela. Su voz es la de alguien que observa, describe y comenta con aparente objetividad. Es un testigo más del vecindario, otro personaje que señala, y opina, pero nunca interviene ni ayuda. Ese tono distante refuerza la sensación de que estamos ante una comunidad que mira y comenta, pero que nunca hace nada por cambiar las cosas.
El concepto de ese “hambre por una alternativa” se vuelve literal y atraviesa especialmente a Sara. La película dialoga directamente con y sobre la obra literaria Madame Bovary, y hay una escena donde por fin todo se expone con claridad, de manera directa. Sarah se siente reflejada en la protagonista del libro y suelta en un discurso su enfoque sobre la obra y que, para mí, define toda la película: Creo que entiendo vuestros sentimientos sobre este libro. Yo solía pensar igual. Cuando lo leí en la universidad, Madame Bovary me pareció una tonta. Cometía un error absurdo tras otro. Pero esta vez, al leerlo, me enamoré de ella. Está atrapada. Puede aceptar una vida de miseria o luchar contra ella. Y elige luchar. Fracasa al final, sí. Pero hay algo hermoso, incluso heroico, en su rebelión. Mis profesores me matarían por decir esto, pero, en su propia manera, Bovary es una feminista." ... "No es el engaño. Es el hambre. El hambre por una alternativa. La negativa a aceptar una vida de infelicidad." En este punto es donde todos los elementos técnicos, de dirección, guión e interpretación se suman para dejar poso. En la parte final, Todd Field lleva toda la trama a una conclusión amarga. Sara y Brad planean huir juntos, escapar de todo, empezar de cero. Pero cuando llega el momento, Brad no aparece. Se entretiene con su monopatín, atrapado en esa búsqueda infantil de libertad. Sarah, mientras tanto, espera en la oscuridad, comprendiendo que lo que buscaba no era amor, sino una vía de escape. Entiende que el cambio real no está fuera, sino dentro. Brad, por su parte, vive su propio despertar de manera casi literal con ese accidente, un golpe físico y simbólico de realidad. Ese golpe lo devuelve, lo confronta con lo que es, un hombre perdido que añora una juventud que ya no existe. Y luego está Ronnie. Su historia culmina de la manera más trágica, solo y aislado, intentando castigarse a sí mismo en un acto desesperado de redención. Es la víctima de una sociedad que solo sabe señalar.